A las siete con cincuenta y ocho
minutos de la mañana, Clark Kent checa tarjeta en las oficinas del Diario el
Planeta. Últimamente sus compañeros de trabajo lo han notado extraño, como
pensativo, como si algo en su interior le estuviera carcomiendo las entrañas y
no lo dejara existir. Y es que una serie de dudas y de interrogantes lo asaltan
en cualquier lugar y a todas horas. Aún no lo sabe, pero obviamente ya
sospecha.
La mañana entera la dedicó en
hacer cosas de periodistas, hasta que decidió darse un break y refugiarse en la
cafetería. Ocupó una de las mesas rinconeras del lugar, pidió un café negro y
se puso a leer el periódico amarillista de la competencia. Mientras lo ojeaba
distraídamente, jugaba a cambiarle los titulares a los artículos, pero interrumpió
su ejercicio periodístico cuando llegó a la sección de sociales y leyó que
“Batman y Luisa Lane, juntos en la inauguración del…”. Ni siquiera terminó de
leer la nota cuando se levantó en automático, corrió al baño, se cambió el
disfraz de Clark Kent por el de Superman y salió disparado del lugar. Mientras
volaba por los cielos su oído trataba de localizar la voz de Luisa, y su mirada
de alcance infinito buscaba la silueta en todos los rincones del mundo. Era
cuestión de tiempo: la encontró en una mesa al aire libre de un restaurant de
ciudad Gótica. Superman aterrizó en secó:
-Ya me enteré que andas de puta
–le dijo.
Luisa, sin inmutarse, se quitó
los lentes oscuros, le dio un trago tímido a su bebida y le dijo
tranquilamente:
-Pues sí, y ¿qué?
Superman apretó el puño y la
quiso desmadrar de un golpe pero se contuvo. Le dio por lloriquear:
-Pero porqué o qué, si todo era
perfecto.
-Por eso mismo.
El cornudo frunció el ceño como
esperando una mejor explicación.
- ¿Es en serio? lo que tienes de
super lo tienes de pendejo.
Luisa terminó su bebida de un
trago y empezó a enumerar los hechos:
-Pues mira, estoy harta de que
antes de salir siempre me la paso horas y horas arreglándome para que a ti se
te ocurra llevarme volando y no te importe que se me arruine la ropa y el
peinado. También me caga que te la pases viéndome los calzones con tu poder ese
de los ojos: que te valga madre si mi brassiere combina con la tanga o de plano
no traigo, y para que te lo sepas que tus chistecitos estúpidos no dan gracia.
A veces simplemente te comportas como un cerdo. Además, me sale una fortuna
arreglar mi departamento cada que me haces el amor, siempre me truenan los
vidrios, se desmadran los muebles, provocas un terremoto y para acabarla de chingar
no sabes usar las puertas y a diario tengo que pagarle a alguien para que me
tape los huecos en el techo y las paredes. También me aburre que siempre les
ganas a los malos, ósea, ningún villano te dura diez segundos, y como sé que de
todos modos me vas a rescatar ya ni me asusto cuando me secuestran. Quisiera
que en una de esas de perdido me violaran o mínimo me metieran unas buenas
cachetadas. Pero con Batman las cosas son diferentes. Cada que salimos manda un
coche por mí y me lleva a los lugares más exclusivos de Ciudad Gótica. En mi
cumpleaños me regaló un batimóvil rosa super equipado, con pedicure integrado
en los pedales, pintalabios automático y un montón de cosas que no se para que
son. Tú ni siquiera te acordaste, y ese día te fuiste de borrachote con tu
amigo el pelón, ese que siempre te traiciona y que no entiendo porque no lo
matas de una vez por todas. En una ocasión, estando con Batman, su archienemigo
el payaso nos metió un buen susto que por poco y no la contábamos. Estuvimos
secuestrados como tres días pasando hambres, torturas; hasta que gracias a la
inteligencia y las mil habilidades de Batman logramos escapar. Me acuerdo que
esa vez fuimos por su amigo que había sido trapecista y la sobrina resbalosa de
su criado, y juntos regresamos al lugar donde nos tenían arraigados y le
borramos la sonrisa a ese chingado payaso. Para acabar rápido, Batman es todo
un caballero, es super social y multimillonario.
Superman, en un arranque de celos
y de furia se elevó hasta la bóveda celeste y salió de la Tierra. En su
desesperación empezó a dar vueltas alrededor del planeta, cada vez más rápidas,
y sin darse cuenta el impulsó de su vuelo hizo que la Tierra girara en sentido
contrario. Regresó el tiempo. Una vez apaciguada su furia y aclaradas las ideas
de su mente; se detuvo, re acomodó su capa, retocó su peinado y con la entera
determinación de querer arreglar los problemas de su relación bajó a
Metrópolis. Descubrió que había vuelto al pasado cuando leyó la fecha en la
televisión del aparador de una tienda de electrónica: era el treinta y uno de
octubre del año anterior; cuando las cosas con Luisa Lane iban de maravilla.
Ese día habían ido juntos a una fiesta de disfraces, y sin más tiempo que
perder, Superman se dio prisa y voló hacia aquel lugar. Entró caminando por la
puerta principal, sin destruir paredes ni romper nada, como dispuesto a borrar
los malos hábitos que tanto le disgustaban a la Luisa del futuro.
Luisa –que iba disfrazada de Gatúbela- identificó al recién llegado y le hizo
una seña para que se acercara.
- Hola Clark.
-¿Qué?, esteeee, mmm , no soy Clark, soy Superman.
- Ay Clark no inventes, a nadie engañas con ese disfraz, aparte como que ya
está muy choteado ¿no? mejor te hubieras disfrazado de Batman, ese para que
veas que si tiene clase y su vida diaria está llena de aventuras.
Superman hizo un esfuerzo kriptoniano para contener su furia pero no pudo, y
antes de que se le ocurriera hacer alguna tontería decidió salir volando por el
techo y mientras surcaba el cielo e iba dejando una estela de color azul a su
paso, no recuerda bien si sólo lo pensó o en verdad se lo dijo:
-Ya ni la chingas Luisa, ¡Con
nada estas contenta!