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jueves, 29 de diciembre de 2016

Momentos Sublimes Cotidianos

Algunos momentos hermosos cotidianos:

En plena madrugada el vecino andaba cantando con mucho sentimiento y como todo amo de casa responsable salí a pararle el pedo, pero cuando lo vi completamente destrozado y reconocí en el brillo de sus ojos el dolor del desamor me patrociné un par de botellas de tequila y nos pusimos a cantar como dos perros solitarios en una noche sin luna…

Aprovechando las lluvias de ayer, una persona me marcó por la mañana para tratar de venderme una lancha pero les dije que no, que no porque nuestro amor es la única balsa aprueba de todo capaz de atravesar el triángulo de las bermudas sin ningún problema, porque tus besos son la vela que dirige mi destino y tu melODIOSA voz me sirve de faro para mostrarme el camino hacia tu puerto pues a fin de cuentas sólo soy un pobre náufrago que está perdido y sin brújula en la inmensidad de tu geografía marítima. El vendedor empezó a llorar y con voz entrecortada me dijo que le había devuelto la esperanza en el amor...

En un capítulo de "El Precio de la Historia", un hombre llegó con doce cajas grandes llenas de cartas de un viejo amor que le pagó mal. Las cartas estaban ordenadas por fecha y llevaban cintas de colores que representaban el grado de tristeza que le producía volver a leerlas. Preguntó cuánto le ofrecían. Rick tuvo que hablarle a dos especialistas y al final le dijo que le daba dos cervezas y el teléfono de su prima que estaba soltera y a la orden. Ese día cerraron temprano la tienda para leer lo que le había escrito aquella mujer desalmada y traicionera: al final todos lloraron…

El otro día se subió al autobús una mujer y se puso a cantar la de "Así Fue" de Juan Gabriel. Yo hice como que la ignoraba desviando la mirada hacia la ventana, como si estuviera abstraído en el paisaje de cemento y caos de las calles pero muy en el fondo la acompañaba en el coro, y si la señora que dormía en el asiento de al lado me hubiera dejado pararme, habría gritado a los cuatro vientos que tenía todos los síntomas del peligroso y milagroso mal de amores. Cuando la mujer pasó por los asientos pidiendo cooperación, le di todo mi dinero y le entregué un post-it que llevaba escrito “Yo te ayudo a que lo ayudes a olvidar el pasado…


…Fue hermoso.

martes, 27 de diciembre de 2016

Momentos Sublimes en Establecimientos y Tiendas de Conveniencia

Algunos momentos hermosos en establecimientos y tiendas de conveniencia:

"...Ayer fui al Starbucks y el joven que me atendió me preguntó qué iba a tomar y le dije que tu mano, que tu mano porque tu sonrisa me estimula más que si me tomará de putazo un tinaco lleno de café, porque tu corazón es más grande que el tamaño Venti y tu mirada de asesina que emana de tus ojitos de pantera al acecho me ponen más pendejo que los muffins de blueberry. El joven transformó su sonrisa fingida en una auténtica, cambió la USB de música hipster por la de “Paseos vallenatos románticos” y le escribió tu nombre a todos los vasos de café hasta que el gerente se dio cuenta y lo sacó a patadas. Fue hermoso..."

"...Hoy fui a la Gasolinera y le pedí al despachador 40 litros de la Premium. Ya cuando estaba en circulación de nuevo, vi por el retrovisor que me había dejado abierta la tapa del tanque de gasolina y me regresé a hacérsela de pedo, pero cuando lo vi, noté que llevaba un ramo de julietas y nomeolvides en las manos. Son para mi mujer porque hoy cumplimos 17 meses de novios, me dijo cuándo me acerqué y se dio cuenta que miraba las flores. Después hubo un silencio monumental y lo miré a los ojos: ambos habíamos fracasado en la vida pero los dos estábamos perdidamente enamorados y creíamos que nuestra mujer era la flor silvestre más hermosa de cualquier pantano de cualquier parte del planeta. Cuando recobré el aliento olvidé lo de la tapa y le dije que las flores eran hermosas, que estaba seguro que a su mujer le encantarían. Fue hermoso..."

"...Por "error" llegué de rebote a una cantina piquera llena de rufianes malvivientes. Me acerqué a la barra y le pedí al cantinero que me diera lo más fuerte que tuviera. Dejó de limpiar el tarro que traía entre manos y me dio un abrazo de esos que destruyen murallas o construyen puentes, tan emotivo, que por un instante supe que no estaba solo en este mundo. Los rufianes del lugar se pusieron a bailar de cartoncito al ritmo de Dulcemente enamorada. Fue hermoso..."

"...En el HEB me preguntaron que si había encontrado todo lo que buscaba y les dije que si, que aunque tú no estabas en oferta el destino me había pagado con intereses toda la mierda del pasado y que desde ese día comía rosas con tal de tener el sabor de tu boca cuando no estás conmigo. Algunos paqueteritos aplaudieron como locos mientras los cajeros se besaban entre si. Fue hermoso..."


"...La cajera del OXXO me preguntó que si quería algo más y en automático le contesté que no, le dije que tu eres lo único que quiero en este mundo de porquería y que ni todo el whisky del mundo (exageré poquito) me daba la misma felicidad que la magia de tu espontaneidad sin fronteras. Algunos de la fila sonrieron, otros lloraron. Fue hermoso..."

viernes, 23 de diciembre de 2016

Momentos Sublimes en Navidad

En más de una ocasión he visto cómo la poesía abre puertas en nuestro interior que ni siquiera sabíamos que existían o que no recordábamos que estaban ahí; y lo que sale de ellas nos produce alegría, tristeza, dolor, amor, nostalgia o empatía. He recopilado algunos momentos de esos a partir de la idea original que se coló por redes sociales, pero en lugar de dedicarme a copiarla, la personalicé y aumenté (en algunos casos exageré). Aquí una muestra de los que están relacionados con las épocas navideñas:

“…Estaba recorriendo la feria del juguete de Navidad cuando un enanito con ropas verdes me jaló de la camisa y me preguntó que si ya me había tomado la foto con los duendecillos de "Santacloz". Lo miré a los ojos. Él me devolvió la mirada y en aquel silencio desolador descubrimos juntos que habíamos fracasado rotundamente en la vida. Lo cargué y me lo llevé sobre mis hombros por todo el lugar y mientras trataba de alcanzar la velocidad en la que todos los sueños rotos se evaporan, él me decía llorando que corriera más rápido, mas, mucho más, como si nada importara y no hubiera mañana, y tal vez tenía razón. Todo fue muy jodidamente navideño…”

“…Un Santa Claus en el Liverpool de Galerías me preguntó qué era lo que quería de Navidad. Me senté en su regazo y le agradecí el regalo adelantado que me había hecho al ponerte en mi camino y le conté sobre cómo habías llegado a mi vida pateando puertas, azotando ventanas y ahuyentando demonios internos como si toda TÚ fueras un relámpago que iluminara mis noches de soledad y de tristeza. Mamá Claus empezó a llorar y los duendecillos se pusieron a brincar mientras que los renos comenzaron a aparearse: fue hermoso…”

“…Ayer fui a buscar un pino de Navidad y me estacioné 5 minutos en un lugar prohibido. Realizada mi compra, regresé a mi carro y un policía ya me estaba esperando. Me preguntó que si me creía muy "verguitas" y le contesté que sí, que desde que estoy contigo me siento inmortal, que tu mano sujetando a la mía es lo único que necesito para salir de cualquier laberinto y me da la seguridad para cruzar la zona más cabrona de Afganistán como si fuera un campo de malvaviscos. El policía rompió la infracción, me ayudó a subir al carro y me escoltó con las sirenas prendidas hasta mi casa: fue hermoso…”


 “…En el salón de la posada navideña del trabajo, había una cajita que decía "Quejas y Sugerencias" y con papel y lápiz en mano me quejé que era injusto que no tuviéramos una representación visual acertada sobre el concepto "amor", y como sugerencia a esa imagen te dibujé sin perder detalle alguno de las latitudes de tu hermosa geografía. Dos días después, el Gerente pidió hablar conmigo y una vez a solas me platicó una historia bastante triste sobre cómo había buscado, encontrado y perdido al amor de su vida. Después nos abrazamos y comenzamos a llorar: fue hermoso…” 

martes, 20 de diciembre de 2016

El último plano secuencia del Chapecoense

Un día después del accidente aéreo del club Chapecoense, yo tenía que abordar un avión para ir a la ciudad de Querétaro. Era un vuelo corto y lo hacía a través de la mejor aerolínea de México, pero a esas alturas había visto una cantidad abrumadora de imágenes, videos y testimonios de la tragedia, que me fue imposible evitar pensar en la posibilidad de que algo podría salir mal. No creo haber sido el único en el aeropuerto en replantear su propósito de viaje antes de abordar, ni tampoco el único pasajero en estar atento a cada ruido del avión e indicaciones del piloto y sobrecargos. Exageraba. La noticia me había impactado porque iba a subirme a mi quinto avión en dos semanas y media, y porque era uno de los tantos fanáticos nuevos del equipo brasileño que estaba siguiendo la cobertura previa a la final.

Hacía poco que había descubierto la existencia del Chapecoense y me encantaba su historia de equipo que había venido de menos a más trepándose hasta las instancias finales de la Copa Sudamericana, venciendo a otros clubes de mucha mayor cartera y peso institucional. También descubrí con asombro que el equipo estaba conformado por veteranos, agentes libres, piezas que no habían encontrado cabida en otros equipos, y repatriados brasileños provenientes de países tan remotos como Irán, Catar, Japón y Azerbaiyán. En seis años habían pasado de la cuarta división a la Serie A, manteniéndose desde entonces en la máxima categoría, y en 2016 estaban a punto de coronar con un campeonato internacional una historia increíble que habían estado construyendo al puro estilo de la epopeya, de esas que te hacen creer de nuevo en el deporte y que no conocen fronteras como la reciente conquista de la Premier League del Leicester City. Tal vez por ese ingrediente de gloria y hazaña truncada por la fatalidad, la tragedia se hizo viral y el mundo entero se solidarizó en cuestión de minutos y al paso de las horas salieron a la luz otros datos y videos de los jugadores del club. El de Thiaguinho me tomó desprevenido. En él, se ve que están en la concentración de un hotel y sus compañeros de equipo lo filman sacando de una caja el zapatito de un bebé y descubre -un par de días antes de la tragedia- que será papá. Me conmovió la complicidad de sus compañeros para guardar el secreto y preparar la sorpresa, pero conocer el desenlace de la historia me dejó sin palabras al ver aquel arrebato eufórico del jugador cuando sintió que la vida le sonreía. Supe que el jugador al que apodaban Betico tenía apenas cuatro días de ser padre, y pensé que su hijo, al igual que el de Thiaghinho, tardaría años en descubrir la magnitud de lo ocurrido y otros más en entenderlo del todo.
De camino al aeropuerto pensé en lo que pudo haber provocado el accidente. Estadísticamente hablando, el avión es el medio de transporte más seguro del mundo pero los números se invierten cuando algo sale mal. En algún libro leí que un típico accidente aéreo se produce por siete errores humanos consecutivos y que a veces, cuando uno se presenta y no se soluciona, se desencadenan otros y es la suma de todos lo que produce la tragedia. ¿Cuáles habrán sido los errores del vuelo que llevaba al club Chapecoense?

Aquella ocasión abordé mi vuelo con la paranoia disparada a su máxima potencia. No hubo ningún contratiempo. Al tercer día de estar en Querétaro regresé a Monterrey todavía compungido por la enorme tragedia. Dos semanas después del accidente, otro avión se estrelló en Pakistán y la noticia se resumió a un trending topic que duraría sólo unas horas: no hubo himnos, ni poesías, ni homenajes posteriores. ¿Era muy pronto para volver a llorar una tragedia parecida? ¿Era porque no se trataba de futbolistas? ¿Habíamos perdido momentáneamente nuestra capacidad de asombro?

Los días han pasado y los pormenores del accidente del vuelo del Chapecoense se van conociendo. Sólo sobrevivieron seis pasajeros, de los cuales, tres son futbolistas, dos pertenecían a la tripulación del avión y uno es periodista. Aunque la intensidad de la nota ha perdido auge a un mes de lo sucedido, aún veo un plano secuencia en mi memoria que realmente no vi pero que mi cerebro se inventó con los retazos de todo el contenido al que hemos estado expuestos en los medios y redes sociales. En ella veo a 22 futbolistas abordando un avión que los llevará a su última cita con la historia. Para algunos de ellos, la hazaña es el comienzo de una carrera prometedora, para otros, una revancha de la vida, y no faltará la persona que lo vea como el broche de oro antes del retiro. En ese momento los veo ocupando sus asientos embriagados de una fuerza que solo puede ser equiparable a la de los gladiadores que están a punto de entrar al coliseo para alcanzar la gloria. Saben que el partido de ida será difícil pero no piensan tanto en eso porque a esas alturas, la motivación, el coraje y el hambre de grandeza mueven la balanza a su favor. Esa noche, se abrocharán los cinturones completamente convencidos que necesitan darlo todo en esos primeros noventa minutos para terminar la tarea, quince días después, en casa. Todos saben de antemano que de alguna manera pasarán a la inmortalidad y serán recordados por el mundo. Lo que ninguno de los 77 pasajeros de aquel vuelo 2933 de LaMia con destino a Medellín conoce, es la forma en la que quedarán eternizados, lo que quedará escrito en la Wikipedia sobre lo que está a punto de suceder.

Bonus: Clubes como el Sao Paulo, Palmeiras, Corinthians, Santos, Benfica, Real Madrid, Barcelona, Arsenal, PSG, y otros tantos alrededor del mundo, han mostrado su solidaridad de diferentes maneras que van desde la cesión de jugadores hasta donaciones millonarias para que el equipo no desaparezca.


Posdata: Ante la petición del Atlético Nacional de Medellín -el otro finalista- la CONMEBOL declaró como campeón póstumo en la edición del 2016 de la Copa Sudamericana al club brasileño Chapecoense. Algo sin precedentes en el mundo del fútbol.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Super Rutina, otro capítulo de Batman VS Superman

A las siete con cincuenta y ocho minutos de la mañana, Clark Kent checa tarjeta en las oficinas del Diario el Planeta. Últimamente sus compañeros de trabajo lo han notado extraño, como pensativo, como si algo en su interior le estuviera carcomiendo las entrañas y no lo dejara existir. Y es que una serie de dudas y de interrogantes lo asaltan en cualquier lugar y a todas horas. Aún no lo sabe, pero obviamente ya sospecha.

La mañana entera la dedicó en hacer cosas de periodistas, hasta que decidió darse un break y refugiarse en la cafetería. Ocupó una de las mesas rinconeras del lugar, pidió un café negro y se puso a leer el periódico amarillista de la competencia. Mientras lo ojeaba distraídamente, jugaba a cambiarle los titulares a los artículos, pero interrumpió su ejercicio periodístico cuando llegó a la sección de sociales y leyó que “Batman y Luisa Lane, juntos en la inauguración del…”. Ni siquiera terminó de leer la nota cuando se levantó en automático, corrió al baño, se cambió el disfraz de Clark Kent por el de Superman y salió disparado del lugar. Mientras volaba por los cielos su oído trataba de localizar la voz de Luisa, y su mirada de alcance infinito buscaba la silueta en todos los rincones del mundo. Era cuestión de tiempo: la encontró en una mesa al aire libre de un restaurant de ciudad Gótica. Superman aterrizó en secó:

-Ya me enteré que andas de puta –le dijo.

Luisa, sin inmutarse, se quitó los lentes oscuros, le dio un trago tímido a su bebida y le dijo tranquilamente:

-Pues sí, y ¿qué?

Superman apretó el puño y la quiso desmadrar de un golpe pero se contuvo. Le dio por lloriquear:

-Pero porqué o qué, si todo era perfecto.

-Por eso mismo.

El cornudo frunció el ceño como esperando una mejor explicación.

- ¿Es en serio? lo que tienes de super lo tienes de pendejo.

Luisa terminó su bebida de un trago y empezó a enumerar los hechos:

-Pues mira, estoy harta de que antes de salir siempre me la paso horas y horas arreglándome para que a ti se te ocurra llevarme volando y no te importe que se me arruine la ropa y el peinado. También me caga que te la pases viéndome los calzones con tu poder ese de los ojos: que te valga madre si mi brassiere combina con la tanga o de plano no traigo, y para que te lo sepas que tus chistecitos estúpidos no dan gracia. A veces simplemente te comportas como un cerdo. Además, me sale una fortuna arreglar mi departamento cada que me haces el amor, siempre me truenan los vidrios, se desmadran los muebles, provocas un terremoto y para acabarla de chingar no sabes usar las puertas y a diario tengo que pagarle a alguien para que me tape los huecos en el techo y las paredes. También me aburre que siempre les ganas a los malos, ósea, ningún villano te dura diez segundos, y como sé que de todos modos me vas a rescatar ya ni me asusto cuando me secuestran. Quisiera que en una de esas de perdido me violaran o mínimo me metieran unas buenas cachetadas. Pero con Batman las cosas son diferentes. Cada que salimos manda un coche por mí y me lleva a los lugares más exclusivos de Ciudad Gótica. En mi cumpleaños me regaló un batimóvil rosa super equipado, con pedicure integrado en los pedales, pintalabios automático y un montón de cosas que no se para que son. Tú ni siquiera te acordaste, y ese día te fuiste de borrachote con tu amigo el pelón, ese que siempre te traiciona y que no entiendo porque no lo matas de una vez por todas. En una ocasión, estando con Batman, su archienemigo el payaso nos metió un buen susto que por poco y no la contábamos. Estuvimos secuestrados como tres días pasando hambres, torturas; hasta que gracias a la inteligencia y las mil habilidades de Batman logramos escapar. Me acuerdo que esa vez fuimos por su amigo que había sido trapecista y la sobrina resbalosa de su criado, y juntos regresamos al lugar donde nos tenían arraigados y le borramos la sonrisa a ese chingado payaso. Para acabar rápido, Batman es todo un caballero, es super social y multimillonario.

Superman, en un arranque de celos y de furia se elevó hasta la bóveda celeste y salió de la Tierra. En su desesperación empezó a dar vueltas alrededor del planeta, cada vez más rápidas, y sin darse cuenta el impulsó de su vuelo hizo que la Tierra girara en sentido contrario. Regresó el tiempo. Una vez apaciguada su furia y aclaradas las ideas de su mente; se detuvo, re acomodó su capa, retocó su peinado y con la entera determinación de querer arreglar los problemas de su relación bajó a Metrópolis. Descubrió que había vuelto al pasado cuando leyó la fecha en la televisión del aparador de una tienda de electrónica: era el treinta y uno de octubre del año anterior; cuando las cosas con Luisa Lane iban de maravilla. Ese día habían ido juntos a una fiesta de disfraces, y sin más tiempo que perder, Superman se dio prisa y voló hacia aquel lugar. Entró caminando por la puerta principal, sin destruir paredes ni romper nada, como dispuesto a borrar los malos hábitos que tanto le disgustaban a la Luisa del futuro.

Luisa –que iba disfrazada de Gatúbela- identificó al recién llegado y le hizo una seña para que se acercara.

- Hola Clark.

-¿Qué?, esteeee, mmm , no soy Clark, soy Superman.

- Ay Clark no inventes, a nadie engañas con ese disfraz, aparte como que ya está muy choteado ¿no? mejor te hubieras disfrazado de Batman, ese para que veas que si tiene clase y su vida diaria está llena de aventuras.

Superman hizo un esfuerzo kriptoniano para contener su furia pero no pudo, y antes de que se le ocurriera hacer alguna tontería decidió salir volando por el techo y mientras surcaba el cielo e iba dejando una estela de color azul a su paso, no recuerda bien si sólo lo pensó o en verdad se lo dijo:


-Ya ni la chingas Luisa, ¡Con nada estas contenta! 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Pequeñeces de la infancia, sobreviviendo a un solo nombre

De niño, tenía un sueño recurrente en donde aparecía al pie de una montaña y descubría una escalera secreta. Al verla, era consciente que soñaba y la subía sabiendo que un mago me esperaba en la cima para cumplirme un deseo. No era un deseo libre o convencional, sino limitado y arbitrario, y en cada sueño el mago me daba dos opciones a elegir que siempre cambiaban. A veces tenía que decidir entre quedar atrapado toda una noche en una dulcería o en una juguetería, y en otras, mis alternativas eran aburridas y consistían en memorizarme mágicamente la tabla del nueve o las capitales de los estados del país. Pero en una ocasión, el mago fue más allá y preguntó si prefería regresar en el tiempo o hacer cualquier cosa que yo quisiera. Me da igual tu escoge, le dije, y antes de concedérmelo, su curiosidad le hizo preguntarme porqué me daba igual. ¿Es porque ya sabes que es un sueño? me interrogó aliviado. No, le dije, es porque si viajara en el tiempo, iría al mismo lugar en donde puedo cambiar lo que más quiero hacer en la vida: ponerme un segundo nombre. Así de simple pensaba en aquel entonces; ahora, no se me ocurre una cosa menos trascendente por hacer que esa tontería. Pero de niño, una de las cosas que más odiaba era el hecho de tener un solo nombre. No mi nombre, Carlos siempre me gustó (según la Wikipedia significa hombre libre y es de origen germano) sino el Carlos a secas.

Para los niños de mi generación, era normal tener dos o tres nombres. La mayoría se llamaban como galanes de televisión porque en aquella época, a falta de Netflix y Roku, el principal producto que consumían las mamás eran las telenovelas. Casi no se escuchaban en las listas de asistencia de las escuelas los nombres de futbolistas, y nunca conocí a alguien mayor que yo que se llamará como algún personaje de anime. Hoy en día, estas cosas son bastante comunes, como si hubiera una competencia para ver quién le pone el nombre más ingenioso, extravagante o ridículo a sus hijos. Pero en la época de mi infancia, tener un solo nombre era algo rarísimo. Yo estuve a punto de llamarme Luis Ernesto, una combinación surgida de los nombres de mis dos abuelos, pero a última hora, ya frente al trabajador del registro civil, mis padres se arrepintieron y decidieron seguir la línea de los Carlos que era el primer nombre de mi papá.

Para fines escolares, tener un solo nombre era bastante práctico. Cabía completo en las etiquetas que le ponían a mis cuadernos y útiles, y cuando teníamos que escribir planas y planas de nuestro nombre para “soltar la mano” y mejorar la letra, terminaba mucho antes que todos. A mis compañeros, esto les daba algo de envidia y cuando el ejercicio era la limitante para salir al recreo veían con sorna como me iba temprano mientras ellos se quedaban a pagar aquel exabrupto de sus padres. De lo que no se percataron fue que al salir al recreo no tenía con quién jugar pues la mayoría aún estaba en clase, y entre los que teníamos un solo nombre, no nos juntábamos para no hacer evidente aquella condición y evitar formar una minoría notoria que fuera blanco del resto.De niño me hubiera gustado tener más de un nombre para jugar a las identidades y usarlos de acuerdo a las situaciones, lugares o personas con las que estuviera. Imaginaba que en casa de mi abuelita o mis tías, podría utilizar el que menos me gustara, con mis amigos el que más, en los partidos de fútbol usaría el hipocorístico que sonará más a crack, y al momento de hacer una travesura o encontrarme en una situación desagradable, daría el menos común para que mis conocidos creyeran que era otra persona.

Si hubiera tenido un segundo nombre, podría haber eliminado esa pregunta tonta que hacían las personas de mi casa cuando contestaban el teléfono buscando a mi papá o a mí, y que iba más o menos como un “¿Quieres hablar con Carlos chico o con Carlos grande?”. De haberlo tenido, me inventaría una firma de esas enigmáticas que abrevian el segundo nombre con una inicial y barajearía las posibilidades de todos los nombres que podrían estar detrás de esa letra.

Así que en aquel sueño, elegí otro nombre al azar y durante el tiempo que duró fui Carlos Maximiliano Reyes Hernández. Carlos para los amigos, Maximiliano para los familiares y Max para todo lo demás. No recuerdo todos los detalles de lo soñado, pero desperté con una sensación de felicidad que se evaporó al instante cuando la realidad me golpeó en la cara y me recordó que aún tenía un sólo nombre. Esa fue la primera vez que comprendí que las decisiones triviales que toman los padres tienen consecuencias a futuro en los hijos, por lo que me juré a mí mismo que por ningún motivo condenaría a mis hijos a la soledad de tener un sólo nombre: aquella maldición terminaría conmigo. Véase que ya desde niño era muy fatalista.

sábado, 12 de noviembre de 2016

La Genialidad de las Barber Shop

Me encantan las nuevas viejas barberías o barber shop. La primera vez que entré a una de las antiguas, debí de haber tenido seis o siete años e iba acompañado de mi papá. Recuerdo que había una rockola que tocaba la misma música retro que se escuchaba en nuestra casa, y había sillones de peluqueros para los clientes como el de las películas de El Padrino o Los Intocables. El local era atendido por dos señores muy erguidos y muy viejitos que llevaban camisa blanca extremadamente bien planchada, pantalón negro de raya marcada y unos bigotitos perfectamente delineados. Me quedé perplejo cuando vi que le sacaban filo a una navaja con un cinto, y pensé que nunca saldríamos vivos de ahí; tal vez lo que evitó que saliera corriendo del lugar fue la tranquilidad de mi papá y la familiaridad con que todo parecía transcurrir. El lugar olía a formalidad y lucía antiguo, pulcro y señorial, adjetivos difíciles de digerir y nada agradables para un niño de mi edad. Aquel día, mientras afeitaban a mi papá con una precisión milimétrica, a mí me cortaron el cabello como a un crio de los sesentas y no pude evitar pensar en la burla que recibiría de mis amigos y compañeros de escuela (en aquella etapa todos somos muy hijos de puta). Odié mi existencia durante el trayecto a casa e inconscientemente le puse un muro a todas las barberías del mundo que tardaría más de veinte años en derrumbarse. No volví a pisar otra en el resto de mi infancia, toda la adolescencia y parte de la adultez, hasta hace apenas un par de meses que movido por la urgencia y envalentonado por la recomendación de un amigo que me dijo que estaban de moda.

En el ínter de mi primera y segunda experiencia en barberías, deambulé por estéticas de todos los tamaños, colores y estatus socio-económicos que puedan existir; y mi cabello fue cortado, peinado y manoseado por decenas de mujeres, hombres y quimeras. No fui consciente del maltrato físico-psicológico y del atropellamiento de género que padecíamos los hombres en aquellos lugares. Tampoco puse mucha resistencia porque al no tener otro punto de comparación, creí que todo debía ser de aquella manera: la única posible. Pero siempre me resultó bastante embarazoso salir de las estéticas apestando a esencias con aromas frutales de nombres ridículos. Nunca encontré nada bueno que leer en las mesas de espera, sólo revistas de moda, de maternidad o para jovencitas inseguras que incluían test ridículos y que alguna vez intenté hacer uno por desesperación cuando esperaba a que a una señora le hicieran un tinte de cabello. Jamás hojeé un álbum de cortes porque en su mayoría eran sólo para mujeres o las modas eran de hace diez o veinte años. No me gustaba ver la televisión –cuando había- porque sólo pasaban telenovelas o películas cursis, y estaba prohibido cambiar el canal aunque en ese momento se jugara la final de la copa del mundo. A veces la música era insoportable, y no puedo negar que me aprendí un par de canciones por ósmosis durante el tiempo que pasé en esos lugares. Lo peor de todo, eran los tres momentos más incómodos -y a la vez los más importantes- de aquel ritual traumático pero necesario: explicar el corte, el corte mismo y la revisión definitiva.

Para explicar el corte, a la mayoría de los hombres nos faltan palabras para detallar la forma y el estilo que queremos. Las razones son simples. Por un lado, desconocemos el argot típico de los cortes y el mundillo del cabello, y por el otro, nos resulta embarazoso que tanto el estilista como sus compañeros y el resto de los clientes sepan de nuestras aspiraciones estéticas, atisben los chispazos de vanidad que normalmente ocultamos y conozcan los intentos que hacemos por vernos como otros hombres. Esto nos lleva a dar instrucciones incompletas o imprecisas, que darán como resultado un corte que no es el que teníamos en mente.

El siguiente paso es cortarlo. Si has renunciado a la televisión, lo único que te queda es mirarte a ti mismo durante el proceso. No importa si estas platicando con él o la estilista, tienes que poner tus ojos en algún lado y el espejo que tienes enfrente es tu única opción. Al principio no pasa nada y hasta tratas de ponerte al corriente contigo mismo, pero al paso de los minutos la cosa se vuelve insoportable y no sabes qué cara poner. Algunos estilistas se dan cuenta de esto y se apiadan de ti apresurando el corte. Otros deciden alargarlo para ver cuánto tiempo puedes soportar aquel martirio.
El último momento incomodo es la revisión, cuando te muestran el resultado final y tratan de venderte la idea de que lo que te acaban de hacer es algo sublime de la más alta peluquería; pero como las instrucciones estaban mal desde el inicio, el corte pocas veces es lo que se espera. Otro problema es que por obvias razones no hay forma de pegarte el cabello que ya te cortaron y lo único que puedes hacer es ocultar tu descontento, aceptar la situación y decir “Así está bien gracias” con la mejor cara y el tono de voz más agradecido que tengas. Aquellos que se paran de la silla y externan su malestar o reprueban el trabajo realizado enfrente de todos, son héroes que no usan capa, personas fuera de serie que no tengo el honor de conocer porque nunca he presenciado una escena como esa, pero me bastan las anécdotas escuchadas de otras personas, que saben  por alguien, que a su vez se enteraron por terceros, que en algún universo paralelo un valiente descargó contra el estilista la furia contenida de tantos hombres victimados.

Todo esto pude verlo en el instante mismo en que crucé la puerta de una de las tantas barber shop. El concepto era una variación de los viejos locales como al que entré durante mi infancia, sólo que adicionado con pantallas, música actual de hombre, sonido surround, y los barberos viejitos eran reemplazados por “barberos” metro sexuales que se tomaban muy en serio eso de la moda varonil. Lo primero que me preguntaron fue que si quería una cerveza. Siempre, les dije, un Tecate rojo no estaría nada mal. En cuestión de segundos me trajeron la lata de cerveza enfundada en una tela especial que conservaba por más tiempo el frío. Empezaron bien, pensé, y mientras esperaba turno, me entretuve con el último número de Men’s Health y alcancé a hojear un par de revistas de automóviles de lujo y deportes. Alguien me facilitó un álbum con los últimos cortes de cabello, barba y bigote, los mismos que había visto en programas de televisión, imágenes y vídeos en internet y que jamás podría describir. Cuando la espera terminó, el estilista, o mejor dicho, el barbero metro, me indicó que tomará asiento en un sillón antiguo de peluquero. ¿Cómo lo va a querer señor?, me preguntó con un tono de viejos amigos y en aquella complicidad me aventuré a decirle que lo quería como el Kun Agüero; y para mi sorpresa, no sólo conocía la referencia sino que quiso saber si me refería al Kun de la temporada actual o de la pasada, cuando los Citizens llegaron hasta la semifinal de la Champions League. ¿Por qué de la pasada?, cuestioné interesado. Porque para mi gusto, respondió, ese corte le va mucho mejor. No podía creer lo que escuchaba: nunca nadie me había hablado de esa manera. Lo mejor de todo fue cuando me preguntó que si mientras él trabajaba, yo preferiría ver la NFL o Breaking Bad. Era una pregunta difícil. Ambas, le dije para probarlo, y movió mi sillón de tal manera que por un lado podía ver la pantalla que proyectaba el capítulo seis de la quinta temporada de la serie, y a través del espejo se veía la otra en donde pasaban el partido de fútbol americano.

Cuando salí del lugar tenía tres cosas que no había tenido antes: el corte que quería, mi dignidad intacta y olía como a macho alfa dominante. Después de esa experiencia no he vuelto a pisar otra estética. Ahora que conozco a las barber shop, elijo evitar la humillación e incomodidad del antiguo régimen de las estéticas porque regresar sería masoquismo en su estado más puro. Viejas nuevas barberías, tengan todo mi dinero y bienvenidas sean.

"When you feel alone just keep calm and call your barber"

jueves, 3 de noviembre de 2016

Guardiola y el Fantasma de Messi

En el fútbol actual, pocas cosas provocan más morbo que ver a Guardiola enfrentando a Messi o a Mourinho. Tanto los admiradores del técnico español como sus más feroces detractores, están al pendiente de estos juegos para seguir alabándolo o reventándolo en su era “Post Barça”. Los que lo defienden, no sólo creen que es el mejor técnico de todos los tiempos y que revolucionó el mundo del fútbol, sino que también ayudó a Messi a encontrar la posición que lo consolidaría como el mejor futbolista del mundo. Los que no están de acuerdo con esto, tratan de minimizarlo argumentando que Pep tuvo la fortuna de dirigir al mejor equipo de todos los tiempos y que mover al argentino fue algo obvio que ya muchos se habían atrevido a decir pero que al le tocó hacer porque era el técnico en turno. Lo que es un hecho indiscutible, es que aquel Barcelona con Guardiola y Messi logró el “sextete”  del 2009, hazaña que parecía imposible y que nadie más ha podido alcanzar hasta ahora.

Tras la salida del equipo culé y luego de un periodo sabático que duró casi cinco años, Guardiola regresó al banquillo como timonel de un Bayer Munich que acababa de ganar un triplete en esa temporada (Champions League, Bundesliga y Copa de Alemania) con Jupp Heynckes. Sus seguidores creyeron que el mundo estaba por presenciar otro sextete y que serían testigos de un súper equipo teutón que destrozaría a todos sus rivales. Pero no fue así. Tres temporadas después y tras cientos de millones de euros invertidos para reforzar hasta la banca, había batido records de toda clase pero no consiguió llegar a otra final de la Champions League e incluso fue goleado y humillado en sus duelos de semifinal cuando enfrentó al Barcelona y al Real Madrid. Sus números eran contundentes, pero para sus detractores, la única razón por la que no levantaba otra Orejona era que ya no tenía a Messi para que le resolviera sus carencias y le hiciera la tarea. En su estadía por Alemania, algo parecía no ir bien a nivel extra cancha. En más de una rueda de prensa respondía a las preguntas venenosas con recriminaciones a sus propios jugadores y hacía comparativas muy poco atinadas si lo que se quiere es mantener un ambiente sano en el vestuario. De tanto en tanto se filtraban comentarios y descontentos de sus jugadores hacia él y la crítica constante y paternal de Beckenbauer desaprobaba su estilo de juego. Meses antes de que terminara su contrato con el Bayern Munich, era más que obvio que no renovaría, y decidió cambiar de aires para iniciar una aventura en la Premier League como técnico del Manchester City.

Ahora que está de nuevo en la misma liga que Mourinho, el aficionado de antes insiste en encender la vieja rivalidad con el técnico luso en el torneo y copa local y conformarse con esperar a la Champions League para ver los duelos ante Messi. El primer enfrentamiento con el argentino, tuvo lugar el 19 de octubre del 2016 en el tercer juego de la fase de grupos. Aquella noche, Pep quiso ganarle al Barcelona jugando como el Barcelona pero se llevó una sorpresa y el partido terminó con un 4 a 0 en contra que debió de haberle provocado pesadillas. La prensa se le fue encima, más de un fanático vitalicio se pasó al bando de los detractores y en la opinión general se auguraba que en el siguiente partido contra el Barcelona –a dos semanas de distancia- la historia se repetiría; pero a muchos se les olvidó que en el fútbol también hay revanchas.

El 1 de noviembre del 2016 –a dos días de escribir esto- el duelo entre el Manchester City y el Barcelona fue el partido más atractivo de la fase de grupos de la Champions League, no sólo por el poderío individual y comercial de cada escuadra sino por el morbo de ver caer a Guardiola una vez más ante el equipo y el jugador con el que lo había ganado todo. Las cosas empezaron mal para los Citizens, y Messi se encargó de abrir el marcador como un deja vu del capítulo anterior. Pero lo que pasó a continuación fue nuevo. Contrario al estilo de juego que caracteriza a los equipos del técnico español, el Manchester City renunció a la posesión del balón, tiró a la basura eso del tiki-taka y se dedicó a lanzar latigazos y a esperar errores de la zaga blaugrana. Al final todo le funcionó y con un 3 a 1 venció a su verdugo personal y le alcanzó para mandar un mensaje esperanzador a sus más fieles seguidores de que una tercera Champions League es factible y que será el acto que dejará sin armas a sus detractores, la hazaña que lo legitimará como técnico sin Messi aunque en esto de convencer a todos nunca se sabe.

Bonus: Messi le ha hecho seis goles a los equipos de Guardiola en las cuatro ocasiones en que se han enfrentado. Pep sólo le ha ganado una vez al Barcelona.


Posdata: Luego del triunfo del Manchester City, la noticia principal fue que Guardiola traicionó su propia filosofía y estilo de juego. El tema de la venganza momentánea o la proeza de desarmar al Barcelona quedaron en segundo plano.

viernes, 28 de octubre de 2016

El Silencio de Bob Dylan al Nobel de Literatura

Nadie puede negar que el trabajo y la producción de Bob Dylan durante más de cincuenta años son arte en su máxima expresión: es música, poesía, crónica, ensayo; pero ¿darle el Nobel de Literatura? Para fortuna, desgracia o indiferencia de muchos, ese premio sólo puede ser otorgado por un Comité Sueco que decidió dárselo a Robert Zimmerman en 2016 por “crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición musical estadounidense”, resucitando tanto a Safo como a Homero en la declaración oficial para justificar y darle el peso de los clásicos a una estrella del folk y el rock.

La polémica se desató al conocerse la noticia. Cualquier persona con una cuenta en redes sociales o con acceso a alguna plataforma digital, opinó sobre la resolución –como prueba este escrito-  justificando al despreocupado músico o escupiendo una lista de nombres que a su juicio lo merecían más. Se habla mucho de sí la premiación tiene tintes políticos al estar en puerta las elecciones de Estados Unidos –Dylan ha manifestado su desaprobación por Trump- o si es parte de una campaña publicitaria para escandalizar a los medios y atraer nuevos reflectores a un sector literario que agoniza. Los más fatalistas lo interpretan como la confirmación de que la literatura se ha salido de los libros y los más inocentes como un intento sincero de la academia por reconocer a géneros que durante tantos fallos han sido olvidados. Hago una pausa en todas estas teorías de conspiración y justificaciones rebuscadas o simples, para enfocarme en otra cosa que me tiene más a la expectativa. Escribo esto a catorce días del anuncio del fallo, cuando aún Bob Dylan sigue “dejando en visto” –salvo por una publicación en su web que ya fue borrada-  a la Academia de Estocolmo, que ya ha renunciado públicamente a hacer más esfuerzos por contactarlo. “Si no quiere venir, no vendrá, será una gran fiesta igual” dice la secretaria y vocera Sara Danius, tratando de minimizar el hecho de que posiblemente estemos ante el tercer ganador que rechaza la distinción, el primero en 52 años.

Sobre los otros dos que dijeron NO al Nobel, Wikipedia nos cuenta que lo de Boris Pasternak se debió a presiones de la entonces U.R.S.S. y que Jean-Paul Sartre declinó porque no creía en las instituciones ni quería servir como instrumento en un conflicto de intereses de la Guerra Fría. En ambos casos la política parece estar presente, pero tanto el escritor ruso como el filósofo francés se tomaron el tiempo y la molestia de comunicar su rechazo a través de una carta a la Academia Sueca en donde cada quien –y a su modo-  agradeció y declinó el galardón con justificaciones, lamentos y disculpas incluidas.

¿Hasta cuándo permanecerá el silencio de Dylan? ¿Era parte de la estrategia del Comité que el premio “más importante de las letras” fuera ignorado por su ganador como quien le sube la ventanilla a un vendedor ambulante? ¿Se habían planteado la posibilidad de que aquel arrebato de “genialidad” y “frescura” podía dejarlos a merced de los caprichos de Robert Zimmerman que anteriormente no había asistido a otras ceremonias como las del Oscar, el Príncipe de Asturias y el Pulitzer? Porque de no ser así, la indiferencia de Dylan podría ser otro golpe seco -venido desde fuera del mundillo literario- a la credibilidad de los métodos y criterios de los que se vale la Academia Sueca para elegir anualmente a un ganador.

En la página de un diario por internet había una encuesta en donde lanzaban la pregunta ¿Cuál es el mensaje secreto en el silencio de Bob Dylan? Y accediendo con una cuenta de google podías seleccionar cualquiera de las tres opciones: a) Siente que no lo merece, b) No le importa ni el premio ni el dinero, c) Que es Bob Dylan. La mayoría opinaba c), muy por detrás quedaba la b), y tal vez por temor a un linchamiento en redes sociales, el inciso a) no llegaba ni a los dos dígitos. Me pareció que a la encuesta le faltaba un inciso, el d) Otro, seguido de un text box que te permitiera escribir con libertad tu propia respuesta. La mía hubiera sido que tal vez el músico no siente mucho mérito en que un grupo de viejos que “representan a la alta Literatura mundial” lo reconozcan como un medio conductor para que pueda ser comunicada la poesía. Si para la Música, la Literatura no es un fin, sino uno de los tantos elementos de los que se vale para crear otra expresión artística que puede llegar a través de más medios y ser disfrutada por más sentidos que los que ofrecen la literatura escrita en los libros ¿por qué embarrarse y pertenecer a una lista llena de polémica, cuando en tu ramo has alcanzado la inmortalidad varias veces y eres el puto amo del universo? Tal vez la respuesta a esta pregunta también esté en el mismo lugar  en donde una de sus canciones más famosas nos dice.

Bonus: tras el anuncio del ganador, Spotify informó que las reproducciones de la música de Dylan habían subido un 512%, un número jugoso que las jaurías de las editoriales de todo el mundo ven con hambre y envidia. Si antes del 13 de octubre del 2016 alguien hubiera dicho que el principal beneficiario con el Nobel de Literatura de esta edición sería la industria musical, hubiera pasado de loco a profeta venido del futuro en menos de 24 horas.


Posdata: algún día alguien hará una recopilación de todos los memes de burla sobre Murakami y tal vez gane un premio por “representar con ironía y humor las aspiraciones de uno de los tantos candidatos eternos al Nobel de Literatura que gozaba de la preferencia pública”

"Hey, Mr. Tambourine man, play a song for me. I'm not sleepy and there ain't no place I'm going to..." Bob Dylan 

lunes, 24 de octubre de 2016

La Aventura de Leer Crónicas Marcianas

En este libro de relatos de ciencia ficción se narran las distintas expediciones para la colonización del planeta Marte. Ambientado en el periodo futurista de 1999 al 2026 (el libro fue publicado en 1950), Ray Bradbury describe de manera cronológica los viajes al planeta rojo y los intentos de la humanidad por replicar una sociedad parecida a la de la Tierra.

Aunque en el libro no abundan las descripciones tecnológicas arriesgadas, supone un hito para una época que aún no ha llegado a la luna pero que ya sueña con la posibilidad de los viajes interplanetarios y la exploración espacial. Más que una apuesta para anticiparse a inventos innovadores avanzados, el autor prefiere enfocarse en las condiciones del hombre y pone de manifiesto la capacidad innata que tenemos para joder las cosas, el vacío que producen las perdidas, los miedos y las obsesiones que todo lo transforman, la incomprensión hacia lo desconocido, el poco respeto por otras culturas y razas, la crueldad y el sinsentido de la vida; y para ello usará la arena, las montañas y las ciudades de Marte como escenario (los pocos relatos ambientados en la Tierra tienen como propósito la salida del planeta o el reflejo de su destrucción); y serán los marcianos y los terrícolas los actores principales que irán cediendo su protagonismo al otro conforme avancen las páginas del libro.

Los marcianos de Bradbury tienen ciertas similitudes con el hombre, características que parecieran estar presentes no sólo en nosotros sino en todas las criaturas del universo. Aunque son de tez parda, de ojos rasgados y amarillos, con la capacidad de comunicarse por telepatía y cambiar de forma física, no son tan grotescos ni diferentes a una silueta humana y son seres sencillamente complicados, compasivos, contradictorios, y en ocasiones inocentes o despiadados.

En la edición de Minotauro hay un prólogo nostálgico de Borges –el escrito original fue subastado en 2015- de apenas un par de páginas que son como un guiño para el lector de ciencia ficción y literatura fantástica. Ya desde el primer relato nos damos cuenta que el autor no se va a detener en tecnicismos astrofísicos ni ciencia aeroespacial, sino que se abandonará diligentemente a la imaginación.

Las primeras expediciones son fallidas desde el punto de vista diplomático o conquistador, pero incluso en las victorias posteriores, pareciera por el tono y el aire derrotero que impregna cada relato, que algo se pierde cuando se gana y que nada es inmune al desgaste del tiempo.
Hay pasajes sacados de escenarios y situaciones comunes, como la relación entre el señor y la señora K que no dista mucho de la rutina y el desencanto de la vida conyugal cuando la monotonía llega para quedarse. Vemos en la negación, el encarcelamiento y la opresión de un sicólogo marciano, las medidas para enfrentar lo que no comprendemos y los cambios a los que nos enfrentamos. El odio racista se pone de manifiesto cuando los habitantes de raza negra de la Tierra deciden abandonarla para buscar en otro planeta el respeto y la libertad que nunca tuvieron en el suyo. Inocentemente pero comprensible (sic), una tripulación se deja engañar para vivir la recreación de un pasado añorado. En otro relato, Jeff Spender es el arquetipo del conquistador romántico que asqueado de la condición humana, se vuelve contra ella en pos de los conquistados. Hay un dialogo existencial entre Tomas Gomez y Muhe Ca que abarca el tiempo, las perspectivas, la historia y la trascendencia del ser. El dolor de un pueblo entero por sus seres queridos que ya no están, moldea a un marciano que se derrite incapaz de complacer a todos. Las expectativas no satisfechas de Walter Gripp lo harán emprender una vida de nómada en un planeta casi desierto y emulará el peregrinaje que hacemos para escapar de las cosas que nos causan pavor. Un enamorado de la literatura construye una réplica de la casa Usher y en ella se representan otros cuentos de Poe para deshacerse de los verdugos del arte y la cultura moderna (aquí hay atisbos de lo que sería la temática de Fahrenheit 451 en la prohibición de los libros por un organismo regulador y el papel de los bomberos en aquella labor exterminadora). El oportunismo mercantil estará presente en las premoniciones de un vendedor de maletas. Una familia robot seguirá existiendo luego de que su inventor muera. El afán colonizador irá decayendo y el planeta rojo poco a poco irá quedando desolado. Conforme se acerca el final del libro, la Tierra se encuentra devastada por la guerra y sus consecuencias radioactivas, pero también hay una luz de esperanza en un padre que escapa del planeta con su familia para aterrizar en Marte con la finalidad de empezar de cero para convertirse en la nueva raza marciana.

Aunque la sencillez tecnológica y la omisión de factores clave para colonizar el planeta rojo quedan de manifiesto en la ciencia actual y la de las próximas generaciones, el verdadero mensaje, el que está de fondo, será el mismo y permanecerá vigente con el tiempo.

Según Elon Musk, la misión para colonizar Marte comenzará en el año 2022. ¿Cuánto tiempo tardaremos en convertirlo inhabitable?


“Es bueno recuperar nuestra capacidad de asombro”, Ray Bradbury.