A la hora de narrar partidos de fúbtol,
todo mundo sabe que los locutores de radio son mejores que los conductores de
TV. Los primeros tienen que crear una imagen a base de palabras para que los
radioescuchas puedan ver, tocar y sentir la realidad usando la imaginación;
mientras que los segundos repiten lo que se ve y lo complementan con folclore
para no ser muy obvios o redundantes.
Los de radio tienen un estilo que
cultiva la crónica y la epopeya: la historia se va escribiendo con cada frase y
cualquier cosa puede suceder en el terreno de la imaginación. Retomaron las
técnicas de los juglares en el arte del buen narrar y usaron la palabra como
instrumento para propagar –por vez primera- un mensaje que llegaría a grandes audiencias. Sin
Wikipedia ni búsquedas rápidas en Google, los locutores debían documentarse y
echar mano de la memoria para sacar un dato puntual: eran eruditos en lo que
hablaban. Son los responsables de que muchas generaciones anteriores a la era
de la televisión pudieran soñar con lo imposible. Los buenos y auténticos locutores
de radio están en peligro de extinción. Son jubilados por “jóvenes promesas” o relegados por “figuras públicas” que atraen
audiencias sedientas de espectáculo sensacionalista.
Los conductores de TV están más
preocupados en elevar el rating mediante provocaciones y polémicas falsas, que
en generar debates que conduzcan a la crítica constructiva. Han acostumbrado a
la gente a escuchar chismes sobre la vida privada de los jugadores en cada
despeje de portería, saque de banda o cobro de falta. Las estadísticas, nombres
de jugadores, efemérides y frases trilladas ya están en Internet: sólo hay que
copiar y pegar. Los de la TV son reventados o citados en las redes sociales
según el humor y la moral en turno, y no desaprovechan la ocasión de hacer ruido
para enganchar a la gente: todo sea por un like
o un share. Cómodos desde sus
asientos privilegiados y saliendo a cuadro en programas de cobertura nacional o
internacional, no se han preocupado en explotar los límites de sus antecesores
porque se mueven en otra dirección que no tiene que ver con lo deportivo sino
con lo mediático y los flashazos del business show en que se ha convertido el fútbol.
Larga vida a los viejos locutores de radio…