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jueves, 29 de diciembre de 2016

Momentos Sublimes Cotidianos

Algunos momentos hermosos cotidianos:

En plena madrugada el vecino andaba cantando con mucho sentimiento y como todo amo de casa responsable salí a pararle el pedo, pero cuando lo vi completamente destrozado y reconocí en el brillo de sus ojos el dolor del desamor me patrociné un par de botellas de tequila y nos pusimos a cantar como dos perros solitarios en una noche sin luna…

Aprovechando las lluvias de ayer, una persona me marcó por la mañana para tratar de venderme una lancha pero les dije que no, que no porque nuestro amor es la única balsa aprueba de todo capaz de atravesar el triángulo de las bermudas sin ningún problema, porque tus besos son la vela que dirige mi destino y tu melODIOSA voz me sirve de faro para mostrarme el camino hacia tu puerto pues a fin de cuentas sólo soy un pobre náufrago que está perdido y sin brújula en la inmensidad de tu geografía marítima. El vendedor empezó a llorar y con voz entrecortada me dijo que le había devuelto la esperanza en el amor...

En un capítulo de "El Precio de la Historia", un hombre llegó con doce cajas grandes llenas de cartas de un viejo amor que le pagó mal. Las cartas estaban ordenadas por fecha y llevaban cintas de colores que representaban el grado de tristeza que le producía volver a leerlas. Preguntó cuánto le ofrecían. Rick tuvo que hablarle a dos especialistas y al final le dijo que le daba dos cervezas y el teléfono de su prima que estaba soltera y a la orden. Ese día cerraron temprano la tienda para leer lo que le había escrito aquella mujer desalmada y traicionera: al final todos lloraron…

El otro día se subió al autobús una mujer y se puso a cantar la de "Así Fue" de Juan Gabriel. Yo hice como que la ignoraba desviando la mirada hacia la ventana, como si estuviera abstraído en el paisaje de cemento y caos de las calles pero muy en el fondo la acompañaba en el coro, y si la señora que dormía en el asiento de al lado me hubiera dejado pararme, habría gritado a los cuatro vientos que tenía todos los síntomas del peligroso y milagroso mal de amores. Cuando la mujer pasó por los asientos pidiendo cooperación, le di todo mi dinero y le entregué un post-it que llevaba escrito “Yo te ayudo a que lo ayudes a olvidar el pasado…


…Fue hermoso.

martes, 27 de diciembre de 2016

Momentos Sublimes en Establecimientos y Tiendas de Conveniencia

Algunos momentos hermosos en establecimientos y tiendas de conveniencia:

"...Ayer fui al Starbucks y el joven que me atendió me preguntó qué iba a tomar y le dije que tu mano, que tu mano porque tu sonrisa me estimula más que si me tomará de putazo un tinaco lleno de café, porque tu corazón es más grande que el tamaño Venti y tu mirada de asesina que emana de tus ojitos de pantera al acecho me ponen más pendejo que los muffins de blueberry. El joven transformó su sonrisa fingida en una auténtica, cambió la USB de música hipster por la de “Paseos vallenatos románticos” y le escribió tu nombre a todos los vasos de café hasta que el gerente se dio cuenta y lo sacó a patadas. Fue hermoso..."

"...Hoy fui a la Gasolinera y le pedí al despachador 40 litros de la Premium. Ya cuando estaba en circulación de nuevo, vi por el retrovisor que me había dejado abierta la tapa del tanque de gasolina y me regresé a hacérsela de pedo, pero cuando lo vi, noté que llevaba un ramo de julietas y nomeolvides en las manos. Son para mi mujer porque hoy cumplimos 17 meses de novios, me dijo cuándo me acerqué y se dio cuenta que miraba las flores. Después hubo un silencio monumental y lo miré a los ojos: ambos habíamos fracasado en la vida pero los dos estábamos perdidamente enamorados y creíamos que nuestra mujer era la flor silvestre más hermosa de cualquier pantano de cualquier parte del planeta. Cuando recobré el aliento olvidé lo de la tapa y le dije que las flores eran hermosas, que estaba seguro que a su mujer le encantarían. Fue hermoso..."

"...Por "error" llegué de rebote a una cantina piquera llena de rufianes malvivientes. Me acerqué a la barra y le pedí al cantinero que me diera lo más fuerte que tuviera. Dejó de limpiar el tarro que traía entre manos y me dio un abrazo de esos que destruyen murallas o construyen puentes, tan emotivo, que por un instante supe que no estaba solo en este mundo. Los rufianes del lugar se pusieron a bailar de cartoncito al ritmo de Dulcemente enamorada. Fue hermoso..."

"...En el HEB me preguntaron que si había encontrado todo lo que buscaba y les dije que si, que aunque tú no estabas en oferta el destino me había pagado con intereses toda la mierda del pasado y que desde ese día comía rosas con tal de tener el sabor de tu boca cuando no estás conmigo. Algunos paqueteritos aplaudieron como locos mientras los cajeros se besaban entre si. Fue hermoso..."


"...La cajera del OXXO me preguntó que si quería algo más y en automático le contesté que no, le dije que tu eres lo único que quiero en este mundo de porquería y que ni todo el whisky del mundo (exageré poquito) me daba la misma felicidad que la magia de tu espontaneidad sin fronteras. Algunos de la fila sonrieron, otros lloraron. Fue hermoso..."

viernes, 23 de diciembre de 2016

Momentos Sublimes en Navidad

En más de una ocasión he visto cómo la poesía abre puertas en nuestro interior que ni siquiera sabíamos que existían o que no recordábamos que estaban ahí; y lo que sale de ellas nos produce alegría, tristeza, dolor, amor, nostalgia o empatía. He recopilado algunos momentos de esos a partir de la idea original que se coló por redes sociales, pero en lugar de dedicarme a copiarla, la personalicé y aumenté (en algunos casos exageré). Aquí una muestra de los que están relacionados con las épocas navideñas:

“…Estaba recorriendo la feria del juguete de Navidad cuando un enanito con ropas verdes me jaló de la camisa y me preguntó que si ya me había tomado la foto con los duendecillos de "Santacloz". Lo miré a los ojos. Él me devolvió la mirada y en aquel silencio desolador descubrimos juntos que habíamos fracasado rotundamente en la vida. Lo cargué y me lo llevé sobre mis hombros por todo el lugar y mientras trataba de alcanzar la velocidad en la que todos los sueños rotos se evaporan, él me decía llorando que corriera más rápido, mas, mucho más, como si nada importara y no hubiera mañana, y tal vez tenía razón. Todo fue muy jodidamente navideño…”

“…Un Santa Claus en el Liverpool de Galerías me preguntó qué era lo que quería de Navidad. Me senté en su regazo y le agradecí el regalo adelantado que me había hecho al ponerte en mi camino y le conté sobre cómo habías llegado a mi vida pateando puertas, azotando ventanas y ahuyentando demonios internos como si toda TÚ fueras un relámpago que iluminara mis noches de soledad y de tristeza. Mamá Claus empezó a llorar y los duendecillos se pusieron a brincar mientras que los renos comenzaron a aparearse: fue hermoso…”

“…Ayer fui a buscar un pino de Navidad y me estacioné 5 minutos en un lugar prohibido. Realizada mi compra, regresé a mi carro y un policía ya me estaba esperando. Me preguntó que si me creía muy "verguitas" y le contesté que sí, que desde que estoy contigo me siento inmortal, que tu mano sujetando a la mía es lo único que necesito para salir de cualquier laberinto y me da la seguridad para cruzar la zona más cabrona de Afganistán como si fuera un campo de malvaviscos. El policía rompió la infracción, me ayudó a subir al carro y me escoltó con las sirenas prendidas hasta mi casa: fue hermoso…”


 “…En el salón de la posada navideña del trabajo, había una cajita que decía "Quejas y Sugerencias" y con papel y lápiz en mano me quejé que era injusto que no tuviéramos una representación visual acertada sobre el concepto "amor", y como sugerencia a esa imagen te dibujé sin perder detalle alguno de las latitudes de tu hermosa geografía. Dos días después, el Gerente pidió hablar conmigo y una vez a solas me platicó una historia bastante triste sobre cómo había buscado, encontrado y perdido al amor de su vida. Después nos abrazamos y comenzamos a llorar: fue hermoso…” 

martes, 20 de diciembre de 2016

El último plano secuencia del Chapecoense

Un día después del accidente aéreo del club Chapecoense, yo tenía que abordar un avión para ir a la ciudad de Querétaro. Era un vuelo corto y lo hacía a través de la mejor aerolínea de México, pero a esas alturas había visto una cantidad abrumadora de imágenes, videos y testimonios de la tragedia, que me fue imposible evitar pensar en la posibilidad de que algo podría salir mal. No creo haber sido el único en el aeropuerto en replantear su propósito de viaje antes de abordar, ni tampoco el único pasajero en estar atento a cada ruido del avión e indicaciones del piloto y sobrecargos. Exageraba. La noticia me había impactado porque iba a subirme a mi quinto avión en dos semanas y media, y porque era uno de los tantos fanáticos nuevos del equipo brasileño que estaba siguiendo la cobertura previa a la final.

Hacía poco que había descubierto la existencia del Chapecoense y me encantaba su historia de equipo que había venido de menos a más trepándose hasta las instancias finales de la Copa Sudamericana, venciendo a otros clubes de mucha mayor cartera y peso institucional. También descubrí con asombro que el equipo estaba conformado por veteranos, agentes libres, piezas que no habían encontrado cabida en otros equipos, y repatriados brasileños provenientes de países tan remotos como Irán, Catar, Japón y Azerbaiyán. En seis años habían pasado de la cuarta división a la Serie A, manteniéndose desde entonces en la máxima categoría, y en 2016 estaban a punto de coronar con un campeonato internacional una historia increíble que habían estado construyendo al puro estilo de la epopeya, de esas que te hacen creer de nuevo en el deporte y que no conocen fronteras como la reciente conquista de la Premier League del Leicester City. Tal vez por ese ingrediente de gloria y hazaña truncada por la fatalidad, la tragedia se hizo viral y el mundo entero se solidarizó en cuestión de minutos y al paso de las horas salieron a la luz otros datos y videos de los jugadores del club. El de Thiaguinho me tomó desprevenido. En él, se ve que están en la concentración de un hotel y sus compañeros de equipo lo filman sacando de una caja el zapatito de un bebé y descubre -un par de días antes de la tragedia- que será papá. Me conmovió la complicidad de sus compañeros para guardar el secreto y preparar la sorpresa, pero conocer el desenlace de la historia me dejó sin palabras al ver aquel arrebato eufórico del jugador cuando sintió que la vida le sonreía. Supe que el jugador al que apodaban Betico tenía apenas cuatro días de ser padre, y pensé que su hijo, al igual que el de Thiaghinho, tardaría años en descubrir la magnitud de lo ocurrido y otros más en entenderlo del todo.
De camino al aeropuerto pensé en lo que pudo haber provocado el accidente. Estadísticamente hablando, el avión es el medio de transporte más seguro del mundo pero los números se invierten cuando algo sale mal. En algún libro leí que un típico accidente aéreo se produce por siete errores humanos consecutivos y que a veces, cuando uno se presenta y no se soluciona, se desencadenan otros y es la suma de todos lo que produce la tragedia. ¿Cuáles habrán sido los errores del vuelo que llevaba al club Chapecoense?

Aquella ocasión abordé mi vuelo con la paranoia disparada a su máxima potencia. No hubo ningún contratiempo. Al tercer día de estar en Querétaro regresé a Monterrey todavía compungido por la enorme tragedia. Dos semanas después del accidente, otro avión se estrelló en Pakistán y la noticia se resumió a un trending topic que duraría sólo unas horas: no hubo himnos, ni poesías, ni homenajes posteriores. ¿Era muy pronto para volver a llorar una tragedia parecida? ¿Era porque no se trataba de futbolistas? ¿Habíamos perdido momentáneamente nuestra capacidad de asombro?

Los días han pasado y los pormenores del accidente del vuelo del Chapecoense se van conociendo. Sólo sobrevivieron seis pasajeros, de los cuales, tres son futbolistas, dos pertenecían a la tripulación del avión y uno es periodista. Aunque la intensidad de la nota ha perdido auge a un mes de lo sucedido, aún veo un plano secuencia en mi memoria que realmente no vi pero que mi cerebro se inventó con los retazos de todo el contenido al que hemos estado expuestos en los medios y redes sociales. En ella veo a 22 futbolistas abordando un avión que los llevará a su última cita con la historia. Para algunos de ellos, la hazaña es el comienzo de una carrera prometedora, para otros, una revancha de la vida, y no faltará la persona que lo vea como el broche de oro antes del retiro. En ese momento los veo ocupando sus asientos embriagados de una fuerza que solo puede ser equiparable a la de los gladiadores que están a punto de entrar al coliseo para alcanzar la gloria. Saben que el partido de ida será difícil pero no piensan tanto en eso porque a esas alturas, la motivación, el coraje y el hambre de grandeza mueven la balanza a su favor. Esa noche, se abrocharán los cinturones completamente convencidos que necesitan darlo todo en esos primeros noventa minutos para terminar la tarea, quince días después, en casa. Todos saben de antemano que de alguna manera pasarán a la inmortalidad y serán recordados por el mundo. Lo que ninguno de los 77 pasajeros de aquel vuelo 2933 de LaMia con destino a Medellín conoce, es la forma en la que quedarán eternizados, lo que quedará escrito en la Wikipedia sobre lo que está a punto de suceder.

Bonus: Clubes como el Sao Paulo, Palmeiras, Corinthians, Santos, Benfica, Real Madrid, Barcelona, Arsenal, PSG, y otros tantos alrededor del mundo, han mostrado su solidaridad de diferentes maneras que van desde la cesión de jugadores hasta donaciones millonarias para que el equipo no desaparezca.


Posdata: Ante la petición del Atlético Nacional de Medellín -el otro finalista- la CONMEBOL declaró como campeón póstumo en la edición del 2016 de la Copa Sudamericana al club brasileño Chapecoense. Algo sin precedentes en el mundo del fútbol.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Super Rutina, otro capítulo de Batman VS Superman

A las siete con cincuenta y ocho minutos de la mañana, Clark Kent checa tarjeta en las oficinas del Diario el Planeta. Últimamente sus compañeros de trabajo lo han notado extraño, como pensativo, como si algo en su interior le estuviera carcomiendo las entrañas y no lo dejara existir. Y es que una serie de dudas y de interrogantes lo asaltan en cualquier lugar y a todas horas. Aún no lo sabe, pero obviamente ya sospecha.

La mañana entera la dedicó en hacer cosas de periodistas, hasta que decidió darse un break y refugiarse en la cafetería. Ocupó una de las mesas rinconeras del lugar, pidió un café negro y se puso a leer el periódico amarillista de la competencia. Mientras lo ojeaba distraídamente, jugaba a cambiarle los titulares a los artículos, pero interrumpió su ejercicio periodístico cuando llegó a la sección de sociales y leyó que “Batman y Luisa Lane, juntos en la inauguración del…”. Ni siquiera terminó de leer la nota cuando se levantó en automático, corrió al baño, se cambió el disfraz de Clark Kent por el de Superman y salió disparado del lugar. Mientras volaba por los cielos su oído trataba de localizar la voz de Luisa, y su mirada de alcance infinito buscaba la silueta en todos los rincones del mundo. Era cuestión de tiempo: la encontró en una mesa al aire libre de un restaurant de ciudad Gótica. Superman aterrizó en secó:

-Ya me enteré que andas de puta –le dijo.

Luisa, sin inmutarse, se quitó los lentes oscuros, le dio un trago tímido a su bebida y le dijo tranquilamente:

-Pues sí, y ¿qué?

Superman apretó el puño y la quiso desmadrar de un golpe pero se contuvo. Le dio por lloriquear:

-Pero porqué o qué, si todo era perfecto.

-Por eso mismo.

El cornudo frunció el ceño como esperando una mejor explicación.

- ¿Es en serio? lo que tienes de super lo tienes de pendejo.

Luisa terminó su bebida de un trago y empezó a enumerar los hechos:

-Pues mira, estoy harta de que antes de salir siempre me la paso horas y horas arreglándome para que a ti se te ocurra llevarme volando y no te importe que se me arruine la ropa y el peinado. También me caga que te la pases viéndome los calzones con tu poder ese de los ojos: que te valga madre si mi brassiere combina con la tanga o de plano no traigo, y para que te lo sepas que tus chistecitos estúpidos no dan gracia. A veces simplemente te comportas como un cerdo. Además, me sale una fortuna arreglar mi departamento cada que me haces el amor, siempre me truenan los vidrios, se desmadran los muebles, provocas un terremoto y para acabarla de chingar no sabes usar las puertas y a diario tengo que pagarle a alguien para que me tape los huecos en el techo y las paredes. También me aburre que siempre les ganas a los malos, ósea, ningún villano te dura diez segundos, y como sé que de todos modos me vas a rescatar ya ni me asusto cuando me secuestran. Quisiera que en una de esas de perdido me violaran o mínimo me metieran unas buenas cachetadas. Pero con Batman las cosas son diferentes. Cada que salimos manda un coche por mí y me lleva a los lugares más exclusivos de Ciudad Gótica. En mi cumpleaños me regaló un batimóvil rosa super equipado, con pedicure integrado en los pedales, pintalabios automático y un montón de cosas que no se para que son. Tú ni siquiera te acordaste, y ese día te fuiste de borrachote con tu amigo el pelón, ese que siempre te traiciona y que no entiendo porque no lo matas de una vez por todas. En una ocasión, estando con Batman, su archienemigo el payaso nos metió un buen susto que por poco y no la contábamos. Estuvimos secuestrados como tres días pasando hambres, torturas; hasta que gracias a la inteligencia y las mil habilidades de Batman logramos escapar. Me acuerdo que esa vez fuimos por su amigo que había sido trapecista y la sobrina resbalosa de su criado, y juntos regresamos al lugar donde nos tenían arraigados y le borramos la sonrisa a ese chingado payaso. Para acabar rápido, Batman es todo un caballero, es super social y multimillonario.

Superman, en un arranque de celos y de furia se elevó hasta la bóveda celeste y salió de la Tierra. En su desesperación empezó a dar vueltas alrededor del planeta, cada vez más rápidas, y sin darse cuenta el impulsó de su vuelo hizo que la Tierra girara en sentido contrario. Regresó el tiempo. Una vez apaciguada su furia y aclaradas las ideas de su mente; se detuvo, re acomodó su capa, retocó su peinado y con la entera determinación de querer arreglar los problemas de su relación bajó a Metrópolis. Descubrió que había vuelto al pasado cuando leyó la fecha en la televisión del aparador de una tienda de electrónica: era el treinta y uno de octubre del año anterior; cuando las cosas con Luisa Lane iban de maravilla. Ese día habían ido juntos a una fiesta de disfraces, y sin más tiempo que perder, Superman se dio prisa y voló hacia aquel lugar. Entró caminando por la puerta principal, sin destruir paredes ni romper nada, como dispuesto a borrar los malos hábitos que tanto le disgustaban a la Luisa del futuro.

Luisa –que iba disfrazada de Gatúbela- identificó al recién llegado y le hizo una seña para que se acercara.

- Hola Clark.

-¿Qué?, esteeee, mmm , no soy Clark, soy Superman.

- Ay Clark no inventes, a nadie engañas con ese disfraz, aparte como que ya está muy choteado ¿no? mejor te hubieras disfrazado de Batman, ese para que veas que si tiene clase y su vida diaria está llena de aventuras.

Superman hizo un esfuerzo kriptoniano para contener su furia pero no pudo, y antes de que se le ocurriera hacer alguna tontería decidió salir volando por el techo y mientras surcaba el cielo e iba dejando una estela de color azul a su paso, no recuerda bien si sólo lo pensó o en verdad se lo dijo:


-Ya ni la chingas Luisa, ¡Con nada estas contenta! 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Pequeñeces de la infancia, sobreviviendo a un solo nombre

De niño, tenía un sueño recurrente en donde aparecía al pie de una montaña y descubría una escalera secreta. Al verla, era consciente que soñaba y la subía sabiendo que un mago me esperaba en la cima para cumplirme un deseo. No era un deseo libre o convencional, sino limitado y arbitrario, y en cada sueño el mago me daba dos opciones a elegir que siempre cambiaban. A veces tenía que decidir entre quedar atrapado toda una noche en una dulcería o en una juguetería, y en otras, mis alternativas eran aburridas y consistían en memorizarme mágicamente la tabla del nueve o las capitales de los estados del país. Pero en una ocasión, el mago fue más allá y preguntó si prefería regresar en el tiempo o hacer cualquier cosa que yo quisiera. Me da igual tu escoge, le dije, y antes de concedérmelo, su curiosidad le hizo preguntarme porqué me daba igual. ¿Es porque ya sabes que es un sueño? me interrogó aliviado. No, le dije, es porque si viajara en el tiempo, iría al mismo lugar en donde puedo cambiar lo que más quiero hacer en la vida: ponerme un segundo nombre. Así de simple pensaba en aquel entonces; ahora, no se me ocurre una cosa menos trascendente por hacer que esa tontería. Pero de niño, una de las cosas que más odiaba era el hecho de tener un solo nombre. No mi nombre, Carlos siempre me gustó (según la Wikipedia significa hombre libre y es de origen germano) sino el Carlos a secas.

Para los niños de mi generación, era normal tener dos o tres nombres. La mayoría se llamaban como galanes de televisión porque en aquella época, a falta de Netflix y Roku, el principal producto que consumían las mamás eran las telenovelas. Casi no se escuchaban en las listas de asistencia de las escuelas los nombres de futbolistas, y nunca conocí a alguien mayor que yo que se llamará como algún personaje de anime. Hoy en día, estas cosas son bastante comunes, como si hubiera una competencia para ver quién le pone el nombre más ingenioso, extravagante o ridículo a sus hijos. Pero en la época de mi infancia, tener un solo nombre era algo rarísimo. Yo estuve a punto de llamarme Luis Ernesto, una combinación surgida de los nombres de mis dos abuelos, pero a última hora, ya frente al trabajador del registro civil, mis padres se arrepintieron y decidieron seguir la línea de los Carlos que era el primer nombre de mi papá.

Para fines escolares, tener un solo nombre era bastante práctico. Cabía completo en las etiquetas que le ponían a mis cuadernos y útiles, y cuando teníamos que escribir planas y planas de nuestro nombre para “soltar la mano” y mejorar la letra, terminaba mucho antes que todos. A mis compañeros, esto les daba algo de envidia y cuando el ejercicio era la limitante para salir al recreo veían con sorna como me iba temprano mientras ellos se quedaban a pagar aquel exabrupto de sus padres. De lo que no se percataron fue que al salir al recreo no tenía con quién jugar pues la mayoría aún estaba en clase, y entre los que teníamos un solo nombre, no nos juntábamos para no hacer evidente aquella condición y evitar formar una minoría notoria que fuera blanco del resto.De niño me hubiera gustado tener más de un nombre para jugar a las identidades y usarlos de acuerdo a las situaciones, lugares o personas con las que estuviera. Imaginaba que en casa de mi abuelita o mis tías, podría utilizar el que menos me gustara, con mis amigos el que más, en los partidos de fútbol usaría el hipocorístico que sonará más a crack, y al momento de hacer una travesura o encontrarme en una situación desagradable, daría el menos común para que mis conocidos creyeran que era otra persona.

Si hubiera tenido un segundo nombre, podría haber eliminado esa pregunta tonta que hacían las personas de mi casa cuando contestaban el teléfono buscando a mi papá o a mí, y que iba más o menos como un “¿Quieres hablar con Carlos chico o con Carlos grande?”. De haberlo tenido, me inventaría una firma de esas enigmáticas que abrevian el segundo nombre con una inicial y barajearía las posibilidades de todos los nombres que podrían estar detrás de esa letra.

Así que en aquel sueño, elegí otro nombre al azar y durante el tiempo que duró fui Carlos Maximiliano Reyes Hernández. Carlos para los amigos, Maximiliano para los familiares y Max para todo lo demás. No recuerdo todos los detalles de lo soñado, pero desperté con una sensación de felicidad que se evaporó al instante cuando la realidad me golpeó en la cara y me recordó que aún tenía un sólo nombre. Esa fue la primera vez que comprendí que las decisiones triviales que toman los padres tienen consecuencias a futuro en los hijos, por lo que me juré a mí mismo que por ningún motivo condenaría a mis hijos a la soledad de tener un sólo nombre: aquella maldición terminaría conmigo. Véase que ya desde niño era muy fatalista.