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martes, 20 de diciembre de 2016

El último plano secuencia del Chapecoense

Un día después del accidente aéreo del club Chapecoense, yo tenía que abordar un avión para ir a la ciudad de Querétaro. Era un vuelo corto y lo hacía a través de la mejor aerolínea de México, pero a esas alturas había visto una cantidad abrumadora de imágenes, videos y testimonios de la tragedia, que me fue imposible evitar pensar en la posibilidad de que algo podría salir mal. No creo haber sido el único en el aeropuerto en replantear su propósito de viaje antes de abordar, ni tampoco el único pasajero en estar atento a cada ruido del avión e indicaciones del piloto y sobrecargos. Exageraba. La noticia me había impactado porque iba a subirme a mi quinto avión en dos semanas y media, y porque era uno de los tantos fanáticos nuevos del equipo brasileño que estaba siguiendo la cobertura previa a la final.

Hacía poco que había descubierto la existencia del Chapecoense y me encantaba su historia de equipo que había venido de menos a más trepándose hasta las instancias finales de la Copa Sudamericana, venciendo a otros clubes de mucha mayor cartera y peso institucional. También descubrí con asombro que el equipo estaba conformado por veteranos, agentes libres, piezas que no habían encontrado cabida en otros equipos, y repatriados brasileños provenientes de países tan remotos como Irán, Catar, Japón y Azerbaiyán. En seis años habían pasado de la cuarta división a la Serie A, manteniéndose desde entonces en la máxima categoría, y en 2016 estaban a punto de coronar con un campeonato internacional una historia increíble que habían estado construyendo al puro estilo de la epopeya, de esas que te hacen creer de nuevo en el deporte y que no conocen fronteras como la reciente conquista de la Premier League del Leicester City. Tal vez por ese ingrediente de gloria y hazaña truncada por la fatalidad, la tragedia se hizo viral y el mundo entero se solidarizó en cuestión de minutos y al paso de las horas salieron a la luz otros datos y videos de los jugadores del club. El de Thiaguinho me tomó desprevenido. En él, se ve que están en la concentración de un hotel y sus compañeros de equipo lo filman sacando de una caja el zapatito de un bebé y descubre -un par de días antes de la tragedia- que será papá. Me conmovió la complicidad de sus compañeros para guardar el secreto y preparar la sorpresa, pero conocer el desenlace de la historia me dejó sin palabras al ver aquel arrebato eufórico del jugador cuando sintió que la vida le sonreía. Supe que el jugador al que apodaban Betico tenía apenas cuatro días de ser padre, y pensé que su hijo, al igual que el de Thiaghinho, tardaría años en descubrir la magnitud de lo ocurrido y otros más en entenderlo del todo.
De camino al aeropuerto pensé en lo que pudo haber provocado el accidente. Estadísticamente hablando, el avión es el medio de transporte más seguro del mundo pero los números se invierten cuando algo sale mal. En algún libro leí que un típico accidente aéreo se produce por siete errores humanos consecutivos y que a veces, cuando uno se presenta y no se soluciona, se desencadenan otros y es la suma de todos lo que produce la tragedia. ¿Cuáles habrán sido los errores del vuelo que llevaba al club Chapecoense?

Aquella ocasión abordé mi vuelo con la paranoia disparada a su máxima potencia. No hubo ningún contratiempo. Al tercer día de estar en Querétaro regresé a Monterrey todavía compungido por la enorme tragedia. Dos semanas después del accidente, otro avión se estrelló en Pakistán y la noticia se resumió a un trending topic que duraría sólo unas horas: no hubo himnos, ni poesías, ni homenajes posteriores. ¿Era muy pronto para volver a llorar una tragedia parecida? ¿Era porque no se trataba de futbolistas? ¿Habíamos perdido momentáneamente nuestra capacidad de asombro?

Los días han pasado y los pormenores del accidente del vuelo del Chapecoense se van conociendo. Sólo sobrevivieron seis pasajeros, de los cuales, tres son futbolistas, dos pertenecían a la tripulación del avión y uno es periodista. Aunque la intensidad de la nota ha perdido auge a un mes de lo sucedido, aún veo un plano secuencia en mi memoria que realmente no vi pero que mi cerebro se inventó con los retazos de todo el contenido al que hemos estado expuestos en los medios y redes sociales. En ella veo a 22 futbolistas abordando un avión que los llevará a su última cita con la historia. Para algunos de ellos, la hazaña es el comienzo de una carrera prometedora, para otros, una revancha de la vida, y no faltará la persona que lo vea como el broche de oro antes del retiro. En ese momento los veo ocupando sus asientos embriagados de una fuerza que solo puede ser equiparable a la de los gladiadores que están a punto de entrar al coliseo para alcanzar la gloria. Saben que el partido de ida será difícil pero no piensan tanto en eso porque a esas alturas, la motivación, el coraje y el hambre de grandeza mueven la balanza a su favor. Esa noche, se abrocharán los cinturones completamente convencidos que necesitan darlo todo en esos primeros noventa minutos para terminar la tarea, quince días después, en casa. Todos saben de antemano que de alguna manera pasarán a la inmortalidad y serán recordados por el mundo. Lo que ninguno de los 77 pasajeros de aquel vuelo 2933 de LaMia con destino a Medellín conoce, es la forma en la que quedarán eternizados, lo que quedará escrito en la Wikipedia sobre lo que está a punto de suceder.

Bonus: Clubes como el Sao Paulo, Palmeiras, Corinthians, Santos, Benfica, Real Madrid, Barcelona, Arsenal, PSG, y otros tantos alrededor del mundo, han mostrado su solidaridad de diferentes maneras que van desde la cesión de jugadores hasta donaciones millonarias para que el equipo no desaparezca.


Posdata: Ante la petición del Atlético Nacional de Medellín -el otro finalista- la CONMEBOL declaró como campeón póstumo en la edición del 2016 de la Copa Sudamericana al club brasileño Chapecoense. Algo sin precedentes en el mundo del fútbol.

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