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jueves, 26 de octubre de 2017

El sabor de las segundas (de la vez que reprobé mi primera materia)

Hoy conocí por primera vez el sabor de las segundas, y aunque no me da pena el hecho de haber reprobado una materia en la prepa, me avergüenza decir cuál fue la que dejé. Hablé con mi papás al respecto, y como era de esperarse se pusieron serios, me tiraron el típico rollo mareador de una hora sobre la importancia de dedicarle tiempo a los estudios; sobre mi futuro y esas cosas.

-Y bueno cual fue la que reprobaste -me preguntó mi mamá resignada - …Física? Computación? ¿Ya sé, Matemáticas verdad?, nunca te han gustado las Matemáticas.

- Ninguna de esas – les dije tímidamente- dejé Orientación Vocacional.

Se quedaron viendo entre ellos y pude ver como poco a poco los gestos duros de la cara de mi papá se fueron suavizando y empezó a reírse.

-Jajajaja, esa nadie la deja. Ya me había preocupado, menos mal que no fue una materia de verdad.

Cuando menos lo pensé los tres nos estábamos riendo a carcajadas, hasta que mi papá volvió a retomar la plática mucho más calmado:

-No te preocupes hijo, por una materia como esa no se acaba el mundo, mejor platícanos porqué o cómo fue que la dejaste...

Aquí es dónde empieza la historia. La materia de Orientación vocacional la llevaba los martes y jueves a las diez de la mañana con la maestra Irma Lozano, una psicóloga que le gustaba convertir el aula de clases en una especie de ring al que bautizaba como “debate grupal”. Esa materia era muy diferente a todas las demás, no había exámenes ni tareas, y hasta nos dábamos el lujo de faltar de vez en cuando pues tampoco pasaba lista. La maestra Irma Lozano tenía un problema con las filas de bancos ordenadas, siempre nos pedía que las rompiéramos y formáramos un círculo alrededor del salón antes de que empezaran sus famosos debates. La clase por lo regular se salía de los libros de texto, la dinámica era simple: discutir un tema propuesto y moderado por la maestra en donde teníamos que decir lo que pensábamos y defender nuestro punto de vista. Hubo debates en los que no nos alcanzó el tiempo y se extendían más allá de la hora de clase, en otros estuvimos a punto de agarrarnos a golpes todos contra todos. Había de todo: un día veías como dos súper amigas se dejaban de hablar por algún comentario, y luego otro día se reconciliaban  y así. Las conclusiones nunca fueron claras, no creo haber sido el único en terminar más confundido que al principio, pero algo habían en ellas que me hacían sentir mejor. Uno de esos días de las últimas semanas del semestre nos habló de nuestro trabajo final:

-Pues bien jóvenes la cosa es así, tienen que cuidar en parejitas un bebé  de juguete durante dos semanas, les dejo una hoja con las cosas que deben hacer para que le saquen copia y le den una leída.

Entre los requisitos que pedía, era llevar a la escuela el bebé y traerlo con nosotros a todos lados, cambiarle la ropa de vez en cuando, hacer como que le dábamos de comer y al final de las dos semanas comentar en grupo nuestra experiencia. Recomendaba que compráramos un nenuco o un cabbage patch. La idea se me hizo y me sigue pareciendo ridícula. Mi compañera asignada era Ana González, una chava con la que me llevaba bien y a la que la idea se le hizo muy cuera. A la salida me puse de acuerdo con ella sobre el trabajo final.

-A ver Ana, qué se ocupa o qué- le dije como queriéndome zafar de la situación-

-Pues creo que nada, tengo un Nenuco que pudiéramos usar y ya le tengo ropita para cambiarlo. Yo lo cuido si quieres, pero cuando te pida ayuda me la das ¿si?

Le dije que si por decirle cualquier cosa y me olvide del asunto. Al día siguiente los alumnos que llevaban clase con la Irma Lozano llevaban un bebé de juguete. La moda en esos días era ver quién traía mejor a su muñeco. Era normal ver carriolas, chavas con sus pañaleras, bebes vestidos de raperos o de los rayados y un montón de cosas disque para cuidar mejor al bebé. Me acuerdo que nos burlábamos de los chavos que veíamos  en el receso cargando a los bebes: Mandilones-les gritábamos-, y la burla era material suficiente para tirarles carro durante varios días. Un día antes de la fecha final –recuerdo que estaba lloviendo- Ana me dijo que le cuidara al bebé en el receso  y por miedo a ser víctima del carro varonil le dije que no.

-¿No qué? - me dijo Ana en tono de reclamación- mira, me voy a ocupar y no lo puedo traer conmigo.

- Pues yo tampoco puedo, voy a estar con mis amigos y ahí no puede estar.

No me dijo nada  pero cuando agarró al bebé y se fue, noté cierto enojo de su parte. Ya en el receso, mientras andaba platicando con unos amigos escuché que toda la prepa se estaba riendo de algo. Llegue a la escena de la burla y pude ver lo que pasaba: a Ana se le había caído el bebé en un súper charco que parecía un poso, y trataba de sacarlo con una rama en medio de las risas de todos. Me dio cosa verla toda desesperada y fui a ayudarla.

-¡Ya ves! -me dijo enojada- eres un tonto, si me hubieras ayudado no hubiera pasado esto…mira como quedó el bebé, esta todo mugroso por el agua y mañana tenemos que presentarlo.

- Ya ombe no te preocupes, si quieres yo me lo llevo, lo lavo y mañana lo traigo. Tu relax.

-Ok. Pero no vayas a salir con alguna una novedad porque te mato.

Al salir de clases me fui derechito a la casa y me puse a limpiar al muñeco. Usé un trapo mojado para lavar las partes que eran como de goma, y lo colgué de las manitas con dos horquillas en el tendedero del patio para que se secaran las de tela. Parecía un pollo de esos que venden en el mercado.  Lo dejé secar toda la noche y en la mañana cuando salí por él, sólo pude ver los bracitos colgando en el tendedero. El resto se había zafado y mi perro se lo estaba comiendo,  y ya para esas horas estaba todo destrozado. Se lo quité como pude y trate de armarlo pero era imposible. Resignado y enojadísimo, metí todas las partes a la mochila,  me terminé de peinar y me fui a la prepa. Al llegar, Ana estaba esperándome en la puerta del salón y apenas me vio la cara, se dio cuenta que algo malo sucedía. Me preguntó que si lo había olvidado.

-¿Qué? – le dije despreocupadamente.

-Pues el bebé wey, no me digas que se te olvidó.

-Pues no pero…

Y que le cuento la historia. Se empezó a reír de lo loca que se estaba volviendo del coraje.

-Sabes que…- y que me la raya treinta y siete veces y casi se me echa encima sino es que una de sus amigas la sujeta y se la lleva.

Las horas se me hicieron eternas. Qué no hubiera dado porque ese día la maestra se ausentara, o hubiera un ataque terrorista en la prepa que obligara la salida antes de las diez.

Sin embargo, no pasó ningún suceso sobrenatural y los minutos trascurrieron con cierta normalidad. El reloj marcó las diez de la mañana. La clase de Orientación Vocacional inició y como es costumbre hicimos un círculo alrededor del salón. La maestra fue nombrando de uno por uno a las parejitas y empezaron a contar cómo les había ido: todas sin excepción habían hecho un buen trabajo. Me di cuenta que estábamos fritos.  Por fin llegó nuestro turno.

-Bueno, y a ustedes como les fue-nos preguntó la Irma Lozano

Apenas balbuce unas palabras y que me interrumpe Ana.

-Maestra ¡Noooo! Yo siempre cuide al bebé y lo cambiaba y lo traía conmigo a todos lados y él ni siquiera me ayudó. Siempre se iba con sus amigotes y a mí me dejaba con el bebé, no fue para de perdido cuidármelo de vez en cuando y lo arruinó todo.

La maestra con una mueca de satisfacción en la cara preguntó por el bebé.

- A ver sácalo animal -me dijo Ana como retándome.

Abrí la mochila y le vacíe en el escritorio los restos de las partes deshechas que un día antes formaban un bebé de plástico. El grupo entero exclamó un ¡¡OOOOh!!  Como cuando dices una palabrota en una iglesia o te asustas de algo muy malo. Me sentí el diablo y la peor persona del mundo, busqué la cara de la maestra y le pregunté con cierta esperanza que si estaba reprobado.


-Muuuuuuuuuy reprobado – contestó.