Recientemente he descubierto que diez
mil es el número mágico que separa a la gente normal del resto, la diferencia
entre un pianista aficionado y otro que es concertista de la Orquesta
Filarmónica de Viena. Según Malcolm Gladwell, se requiere de esa cantidad de
tiempo de PRÁCTICA para dominar con maestría una disciplina, y si lo que
quieres es ganarte un buen lugar en la historia o transformar al mundo
necesitas de otros dos factores adicionales: la OPORTUNIDAD y la HERENCIA.
Para los que confunden al amor
con la rutina y a la pasión con la locura, seguramente no hallarán la
diferencia entre la suerte y la oportunidad. Siempre he creído que todos
tenemos al menos una chance en el trascurso de la vida para dar un vuelco al rumbo
de nuestro barco, pero no todos logramos identificarla o quiénes lo hacen no la
aprovechan del todo y ven en cámara lenta como se pasa de largo. Este tipo de
oportunidades y las que ofrece la historia de vez en cuando a algunos individuos
que están en el lugar y momento adecuado, son las que se deben de aprovechar sin
dudar. Gladwell nos dice que para ser un multimillonario industrial como
Rockefeller o Carnegie necesitabas haber nacido en la década de 1830 y de esa
forma acudir puntual y bien preparado a la cita con la mayor transformación
económica que se daría entre 1860 y 1870; o bien, para ser un riquillo del
software tuviste que haber llegado a Silicon Valley en 1975 con veinte o
veinticinco años, no tan “maduro” como para buscar un empleo estable en una
empresa ya consolidada, pero tampoco tan joven como para adolecer de la
experiencia necesaria y tener que interrumpir la revolución informática para asistir
a la clase de Programación II. La oportunidad a la que se refiere no sólo puede
estar basada en momentos clave o años, sino en los meses de nacimiento.
Aquellos niños que nacen más cerca del inicio del periodo de corte de la
escuela o cualquier deporte o disciplina, tienen una ventaja sobre el
resto porque en aquella etapa tan primaria de la vida, los meses de diferencia
son decisivos para su desarrollo físico y mental. Dicho con otras palabras,
quién nace en el día uno del mes primero de ese periodo, va once meses y
treinta días adelante de los que nacieron el último día permitido en la convocatoria:
un mundo de diferencia a esa escala que se irá acentuando conforme el “Sistema”
los ponga a competir y separe a los más “aptos”, “capaces” e “inteligentes” de
los “rezagados”, “lentos” o “sin vocación”.
El tercer factor es la HERENCIA,
pero no la que nos deja un pariente rico como en las películas o la que tiene
que ver con la calvicie del padre o la nariz de la madre, sino del tipo de herencia
cultural y formativa que nos es inculcada por nuestros padres. Puedes tener la
práctica y aprovechar la “gran oportunidad” de tu vida pero si no tienes las
herramientas para abrirte paso en el mundo no llegarás muy lejos. La
inteligencia práctica –que es como se le conoce- está conformada por las
habilidades sociales, capacidades de negociación y comportamiento de cada
individuo y están fuertemente ligadas al tipo de educación que recibiste. ¿Te
da pena preguntar algo? ¿Crees que mereces respeto y tu opinión es valiosa?
¿Puedes manipular las situaciones a tus deseos? ¿Cuál es tu reacción ante
situaciones límite? ¿Qué dicta tu cultura sobre tus creencias y costumbres? Si
la inteligencia analítica está asociada con el coeficiente intelectual de cada
persona, la inteligencia práctica se construye en casa y en la sociedad a la
que perteneces y va desarrollándose conforme se van enfrentando situaciones cotidianas,
y es mediante estos aprendizajes, consejos y medidas implementadas por mamá o
papá que se moldea el carácter que definirá nuestra forma de actuar en los
siguientes años.
Resumiéndolo un poco, necesitas
tener práctica (unas diez mil horas), aprovechar las oportunidades históricas (algunas
irrepetibles) y haber desarrollado una poderosa inteligencia práctica que te
lleve a conseguir lo que quieres para convertirte en un “fuera de serie”.
Cuando supe todo esto, tres
preguntas repiquetearon en mi cabeza: ¿En qué puedo tener diez mil horas de
práctica? ¿Estoy ante una oportunidad histórica? ¿La herencia de mis padres fue
suficiente? Las respuestas me llegaron casi en automático pero me resistí a
aceptarlas. Sin darme por vencido, escarbé profundo hasta que hallé la
cuadratura del círculo y descubrí emocionado que debía de tener –a mi edad- más
de sesenta mil horas en dormir. La cuestión es que en la época en la que vivo, el
sueño no es un producto o servicio que pueda ser comercializado, y nadie –al
menos que yo conozca- tiene tanta inteligencia práctica como para levantar un
imperio multimillonario multinacional por el simple hecho de pasar horas y
horas durmiendo. Tal vez la historia me ha jugado una mala pasada situándome en
un punto en donde la habilidad en la que soy experto no es muy rentable. Tampoco
es que me preocupe mucho esto, pero por si acaso, seguiré depurando mi técnica
en el bello arte del buen dormir y trabajando mi inteligencia práctica hasta
que llegue la “gran oportunidad”.
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